-Ana sólo cometió un error, ¿y quieres saber mi opinión?: fue el más inocente de todos. El error del amor a los quince años, cuando crees que la vida es eterna y nada va a pasarte jamás. Luego, todos los demás cometieron también un error. Todos y cada uno. Si tal, si cual. Una cadena fatal. La suma de ellos la mató...
-Te cuento cómo y por qué murió Ana, papá. Y por qué debo irme yo a seguir estudiando antes de regresar para retomar mi vida. Te cuento lo sola que estaba Ana. Sola a los quince años. La peor de las soledades. Daniel y Lidia, sus amigos, no pudieron hacer nada, porque eran como ella. A veces creo que ésta es la generación de la soledad. Cuanto más se tiene, menos se posee. Cuántos más medios, menos comunicación. Cuantos más móviles, vídeos, consolas, ordenadores, correos electrónicos, más cárceles del alma. Cuanto más lleno está todo, más vacíos nos encontramos. Cuanto más nos hablan, menos oímos. Y cuánto más creemos saber, más ignoramos, porque la mayoría está de vuelta de todo. ¿El precio? De vez en cuando muere una Ana. Sólo eso.
Este texto es un pequeño fragmento de la novela de Jordi Sierra i Fabra Soledades de Ana, y quiero dedicárselo a aquellas personas, adolescentes o no, que en algún momento de sus vidas se hayan sentido solas, hayan intentado seguir adelante y se mantengan en la memoria de aquellas personas que sí estaban ahí, aunque no en el momento oportuno.
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